Wednesday, November 15, 2006

“CON FALDAS Y A LO LOCO”

(Su Santidad no quiere mujeres en el ejército vaticano)
Por Juan Antonio Cadenas

Aunque pueda parecer un título de comedia rancia o un desmadrado artículo de humor, nada de eso. Se trata de una noticia calentita, de ésas que florecen con la llegada de la sagrada y sensual prima del verano. Y la Iglesia, como siempre, dando la nota, la mala nota naturalmente: el suspenso.
Por lo visto, este deprimente y redomado conservador papa Juan, a dos rosarios del más allá, vuelve sin el menor escrúpulo a sus reaccionarias andadas impidiendo la integración de la mujer en su querido ejército vaticano. Y, como siempre, a causa del recurrente tópico del “quítame allá esas pajas” -nunca con más propiedad expresado este cuerpo jurídico de las emplazadas pajas, que con pertinaz insistencia utilizaba el clero para nuestra condenación. “Evita la tentación y evitarás el pecado” -jamás han cesado tampoco de recomendarnos con urgente insistencia estos grandes peritos en impericias sexuales que son los curas.
Lo cierto es que si tanto pavor origina en la Iglesia la persuasiva y fascinante condición provocadora de la mujer -condición, por cierto, de rotunda constitución biológica y, por consiguiente, de ancestral creación divina; decía que si su espanto es tan determinante deberían haber comenzado por suspender de un plumazo a su propia sección femenina.
Y si no, que alguien me explique cómo puede proseguir practicando su peculiar actividad sacro-conventual ese batallón (espero que le plazca a Su Santidad el frívolo uso de un sinónimo tan puramente militar) de madres, hermanas, sorellas, hijas y monjas en general, que, por otro lado, tanto dieron que hablar a lo ancho de pasadas épocas a causa de su habitual e inapropiado comportamiento galante (mayoritariamente con ellos, con el clero).
Nada más lejos, sin embargo, de mi propósito que pretender, a través de la censura latente en este comentario, la descalificación y, ni mucho menos, la ilegítima condena de la excelente, abnegada y eficaz labor social que estas sacrificadas ciudadanas del harén privado de Dios difunden generosamente, llevadas en todo caso de su personal y legítima opción de conciencia religiosa, en una buena parte de nuestra desnaturalizada aldea global.
Malpagadas, mal agradecidas, infravaloradas y ninguneadas, -mi más emocionado ¡salud!, madre Teresa de Calcuta. Y no quiero dejar de resaltar este maltrato que la propia institución inflige a estas abnegadas esposas de la divinidad, como no puede ser de otra manera tildado el nefasto y medieval comportamiento disciplinar exigido en nombre del imperdonable machismo eclesiástico y de cuya responsabilidad sólo es sujeto la injusta y despótica madrastra iglesia romana. Maltrato que, paradójicamente, inflige en mayor medida contra sus mejores hijos, los enfrentados precisamente a la falsedad y la hipocresía, frente a los verdaderos transgresores morales, aunque serviles y obedientes a las interesadas consignas eclesiales.
Lo que en todo caso, se me antoja francamente difícil de entender, es que a la vista de la evidente condición falsaria e insidiosa de una Iglesia oficial tan habitualmente desprovista de escrúpulos y sensibilidad, puedan haber todavía mujeres con la desatinada expectativa de integrarse en un ejército semejante.
¡Y yo que creía que Suiza no tenía ejército! Y el caso es que sí lo tiene, pero en ¡la Roma papal!
En este sentido, pues, lo que verdaderamente debería proscribir y arrinconar en sus clandestinos sótanos de San Pedro el patibulario instituto religioso sería precisamente la espuria presencia misma de este contradictoria e incongruente armada con tanta guerra santa a sus espaldas y tan cargada de reminiscencias integristas, incompatibles con cualquier índole de devoción o piedad religiosa, incluso considerada desde una perspectiva de simple marchamo simbólico.
La cuestión, en todo caso, se circunscribe a la pregunta de cómo ha de ser capaz de conseguir superar su reincidente y enfermiza misoginia una corporación que anatemiza y repudia la práctica tanto del sexo contrario como del propio… ¿Cómo se hará, señor?.
“Si yo fuera mi mujer… -así comenzaba un antiguo y célebre anuncio de medias que protagonizaba el admirable futbolista Di Stéfano- …usaría medias y sotana”, deberíamos rematar hoy.
Lamentablemente, sin embargo, el recalcitrante e incorregible machismo en que se desenvuelve la colectividad católica de clérigos es de calibre tal que hasta de las tridentinas y pecaminosas maxifaldas talares que son las sotanas han venido a renegar.
Con toda humildad, permítaseme matizar que para ir con los nuevas aires de los tiempos no deberían haberlas suprimido, al menos no del todo. Hubiera bastado con recortarlas.
¡Es obvio que unas licenciosas y provocativas minisotanas no hubieran estado nada mal! ¿O no?
Cedido por la revista LUXX a MURO PARA CALCOMANÍAS
Copyright-2004

No comments: